jueves, 31 de mayo de 2012

Limbo


Y un olor a cedro invadía la blancura del cuarto en donde Carol y  Vianne yacían dormidas, inmóviles. Casi entre el limbo y la Tierra, se apreciaban dos bultos con la silueta perfecta de mujer. Siempre la misma historia del siglo XVIII, la misma represión, calma y atrocidad. La sociedad en contra del salir del margen, viviendo dentro del límite. Una vida tan borrosa, sin sentido, aburrida fría y nublada. La realidad encontrada en un mundo paralelo entre la adversidad y el orgullo. Una visión llena de prejuicios y de miedo, no deja libre la concentración humana.
           
            La poca gracia se apoderaba intensamente de las mujeres que allí yacían.;       fulminaba con miradas llenas de temor y deseo y terminaba con una gota             de amor sobre los labios.
           
            La inefable mujer, maquillada con ese carmín sobre sus suaves y acolchonados labios, con ese delineador negro sobre sus ojos pardos. Su lunar justo a un costado de su tierna boca. El cabello blanco pegando en la nuca, garigoleado en un tono casi perfecto. Las pestañas perfectamente maquiladas, largas como el tiempo de soledad humana y densas, reposaban sobre sus párpados bajos. El peso de las memorias era la temática de sus sueños tan alucinantes. Era gracias a los recuerdos que efectivamente su vida giraba. La cabeza baja, la mente cerrada, el cuerpo entallado, la cintura de 55 centímetros, la mujer tan delgada, tan asombrosamente bella, tan frágil, tan tierna, la mujer era Carol.
            En medio del cuarto, apoderado aún de una blancura tan brillante, mostraba a las dos mujeres sumergidas cada una en su mente. Desde que el corazón de Carol palpitaba en el vientre de la madre de Vianne, existía una conexión irrefutable entre las dos hermanas. Podría decirse que más que nada, inevitable. Un amor natural como muestra de una fraternidad. Al ir creciendo, se va uno dando cuenta de lo que le atrae. Puede atraer a una mujer un hombre con brazos fornidos, con el abdomen bien marcado, una buena fragancia de perfume, ojos y labios irresistibles. Cabe dentro de lo que se llama atracción sexual. O bien, en otras mujeres lo atractivo es la actitud de ser cariñoso, alegre, respetuoso e inteligente. Pues sí, es cierto que los hombres pueden tener estas cualidades, pero también las mismas mujeres. ¿Y qué es lo que sucede? Simple. El amor entre mujer y mujer es constante, es una forma diferente de ver la sexualidad. Nada de qué preocuparse, simplemente una forma de felicidad diferente a la establecida.
Pues bien, el caso no era que se amaran dos mujeres, sino quién estas dos mujeres eran: hermanas. Hermanas con un año de diferencia, hermanas conviviendo con ellas mismas. Explorando ellas mismas sus emociones y transiciones..Hermanas eran Carol y Vianne.
            Recostada sobre su mano izquierda la segunda mujer suspiraba con aires de deseo y temor. Su tersa piel; Con un color durazno en sus mejillas. Las cejas perfectamente delineadas; el contorno perfecto de una ceja femenina. Los labios invadidos por un color rojizo y café. El cabello a un lado y a los hombros. Tan suave y perfectamente desaliñado. Los ojos marcaban la presencia de un deseo profundo; sus ojos siempre tan imponentes, dignos de una hermana mayor. Delgada, alta y torneada figura. Como hecha a partir de la perfección femenina. Nada más hermoso que una mujer alta, nada más perfecto que unas piernas torneadas, nada más impresionante que la actitud de una mujer segura de sí misma. No había nada, absolutamente nada más delicado que Vianne.
            Las jóvenes Vianne y Carol despertaron fulminantemente. Sin avisar, así de la nada. Sus miradas se tocaron el alma, se pusieron coloradas. Carol y Vianne se abrazaron simultáneamente, sonrieron y apagaron la sonrisa terminando poco a poco en caricias mutuas. En los labios, en los hombros, en sus torneadas caderas y piernas, un amor imposible. Pero… ¿qué hacían en ese cuarto blanco lleno de olor a cedro? Las repisas estaban allí, caminaban un poco y se alargaba más y más el camino. Ellas igualmente vestidas de blanco. Carol, con un vestido largo blanco, detallando su silueta. Un corsé al pecho y un collar de perlas.  Vianne con un vestido más corto, arriba de la rodilla. Dejando al descubierto su bronceada espalda y torneadas piernas. Un escote de orgullo en el vestido blanco que portaba. De pronto aparece lo que parece ser un collar. Un collar que portaba su abuela y regalo a las niñas. Tan delicado, cubierto de oro y con un dije colgando que decía Carpe Diem. Lágrimas brotaron de los ojos de Vianne y Carol. Se abrazaron y pasó lo que tenía que haber pasado hace mucho. Los labios de Carol terminaron  de sonreír cuando, de pronto unos labios ajenos a los de ella se acercaron. Unos labios bellamente contorneados de un café rojizo, que sonreían tímidamente ante la despampanante cara de Carol. Cerraron los ojos, abrieron la boca y el beso tan esperado y guardado de tantos años por fin se cumplió.  Y entonces todo lo comprendieron. Hubo un shock.
            ¿Qué era aquello con tan hermoso como para que estuvieran ahí? ¿Por qué vestirían así? Una revelación quizá… El no haber hablado acerca de la atracción sexual que cada una de las hermanas sentía hacia la otra, pudo haber causado confusión entre ambas. Un internado para señoritas de por medio las separó en su niñez. No era del todo un lugar tenebroso y malvado. Pues el mismo amor que brotaba entre Vianne y Carol, brotaba en muchas más de las niñas del internado. Se veían a escondidas, detrás de un árbol en medio del bosque y a media noche. Nadie nunca se enteró de estas reuniones secretas. Nadie excepto el cuidador del bosque. No estaba interesado en las historias que tenían que contarse de hermana a hermana. Su primordial interés era gozar de aquellas dos niñas frágiles e inocentes, a cambio de no decir nada acerca de sus reuniones.
No mucho recuerdan las jóvenes mujeres de ese suceso traumático, pero sí empezaron a sentir repugnancia por los hombres. Por la forma de hablar y escupir, la forma de caminar y sentir…por el simple hecho de ser hombres.
            El collar mantenía aún en shock a las jóvenes hermanas Carol y Vianne. Las emociones fulminaban efusivamente y los recuerdos las aplastaban. Uno por uno… la partida de su padre. El adiós de su padre  en medio de la lluvia de Septiembre, el llanto de su madre, la guerra que necesitaba a hombres como si fueran juguetes, día a día más y más. Entonces supieron que debían ser fuertes y no dejarse vencer por las atrocidades que el mundo ofrece. No es estar loco, sino que la realidad de cada uno es diferente. No se pueden exigir las mismas emociones de un hombre  que de una mujer. Las expectativas son mayores en las mujeres. Se espera que se rompan en mil pedazos. Que lloren la partida de su marido a la guerra. Que se aburran de su vida. Que mueran de dolor, de amor, de decepción. Que se suiciden en el árbol que se encuentra enfrente de su casa, y que sus hijas de 10 y 11 años la encuentren muerta colgando de la rama del árbol de manzanas favorito de ambas. Así fue la muerte de la madre de las jóvenes Carol y Vianne. El sufrimiento culminó cuando ambas recibieron la carta del ejército informando que su padre estaba perdido en batalla. Nunca apareció. Probablemente una granada había explotado y  su padre se encontraba regado por ahí…lo que más dolía era el no poder si quiera ver su cuerpo y darle un beso a ese padre tan cariñoso, tan amable, sensato y sencillo que Vianne y Carol poseían.   
El collar recordaba que sólo se tenían la una. Su desgracia era el amor imposible que las rodeaba. ¿Imposible? ¿Por qué debía ser imposible si era un amor más real que el de muchos otros jóvenes con el matrimonio arreglado? Las desgracias que habían acompañado a ellas dos en toda su vida habían quedado atrás. No más de qué preocuparse, no más de nada. Nada más que ellas dos ahí en el cuarto blanco con olor a cedro y el collar de Carpe Diem. No más que eso. ¿Qué más podría pasar que morir?
            En el mismo sueño fulminando efusivamente, el mismo cuarto invadido de blancura y olor a cedro, las mimas jóvenes veinteañeras, las mismas historias de la infancia, la misma historia de amor imposible, la misma época…
-Creí haber mirado a través de la mirada de Vianne una sombra de ternura. Implorando mí ayuda. Su suave piel, su hermoso cabello en el que me acurrucaba todas las noches. Sus dulces brazo y  acogedores a mi ser. Su voz tan dulce, suave, invitándome a sentir nuevas emociones – Se repetía una y otra vez Carol.


-La fuerza mayor a nosotras está invadiendo el cuarto. El camino forjado en la vida no vale nada después de morir. Morir abrazada de tu amor, sintiendo su calor, su vibrar, su respiración… sentir sus emociones. Después de morir lo único que pides es ser feliz. – Se repetía por la eternidad Vianne.

Escrito por: Carla Crisitna Pérez Timal 

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