Una de las grandes e inmortales figuras del ballet de todos los tiempos, y a la que personalmente admiro mucho, es Ana Pavlova. Hasta ahora es recordada por haber realizado grandes espectáculos, como La Muerte del Cisne.
Ana Matveyevna Pavlova nació el 31 de enero de 1881 en San Petersburgo, Rusia. Su padre murió cuando ella apenas tenía 2 años, y su madre se quedó muy pobre. No tenían qué comer, así que la señora vagaba por las calles pidiendo limosna. Ana era una niña muy buena bailando, así que mientras ella lo hacía, su madre recogía las limosnas que la gente que pasaba donaba al ver el talento de Ana. Ella quería estudiar ballet, y al ver su talento, su madre la llevó a la Academia de Ballet de Vaganova, donde conmovió a los jueces y fue aceptada como alumna pensionada.
En 1907, Michel Fokine dirigió a Ana para presentar La Muerte del Cisne, con música de Charles-Camille Saint-Saens en el teatro Mariski de San Petersburgo. Fokine también fue impulsor de varios de los compañeros de Ana en la Academia de Ballet de Vaganova.
Ana, al volverse exitosa, decidió ayudar una casa hogar en París, donde se refugiaban niños rusos huérfanos, una casa de niñas y otra casa de niños menesterosos. Así siempre ayudó por muchos años. Después de la Revolución de 1923, ella envió desde Estados Unidos provisiones de alimento y ayuda a Rusia.
Ana siempre fue una persona accesible y bondadosa. Un día iba a presentar La Muerte del Cisne, pero como hubo un problema con el telón, ya no salió y volvió a su camerino. Una mujer y su hija fueron al camerino y hablaron con ella; la mujer le dijo a Pavlova que había llevado a su hija como regalo de cumpleaños para verla bailar. Ana regresó al escenario y pidió que informaran a todos que regresaran a sus asientos porque saldría a bailar otra vez para la pequeña niña que la admiraba tanto.
A los 22 años de edad, Ana conoció a su amor eterno: Boris, un chico que amaba con profundidad, y se hicieron novios. Desafortunadamente, Boris murió ahogado en el río Neva en San Petersburgo, sin embargo ella jamás lo olvidó. En su memoria, Ana montó una coreografía llamada Hojas de Otoño, que presentaba muy frecuentemente.
En el invierno de 1930, Ana viajaba en tren de Londres a París, pero el tren se descarriló a la altura de La Haya, Suiza. Víctima del intenso frío, Ana enfermó de gripa, y en lugar de dirigirse al hospital, prefirió irse a su mansión en La Haya. La gripa se convirtió en pulmonía, y fue el 28 de enero de 1931 cuando falleció.
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