La Iglesia Católica Romana, llegada a México junto con los conquistadores españoles, ha mantenido a lo largo de los años un gran poder sobre la población gracias a las creencias europeas de los siglos XVI a XIX que influyeron profundamente en el modo de vida de la población indígena no sólo en México, sino también en todo el continente americano. A lo largo de los últimos doscientos años la Iglesia ha visto una disminución gradual de su control sobre los asuntos nacionales, en especial en los concernientes al gobierno, a la educación, y al manejo de capital perteneciente al erario público; desde 1859, cuando promulgase el entonces presidente de la nación, Benito Juárez García, las leyes de reforma, se vio el comienzo de la transición del estado de ser una entidad controlada tanto por políticos como por autoridades religiosas, a un cuerpo gobernante que luchaba por lograr su autonomía del clero, por lo menos a nivel nacional. La Iglesia como institución ha seguido con el control de asuntos populares a nivel comunal y ha logrado mantener una gran influencia sobre las decisiones realizadas en política de la población general y en algunos casos de la clase dominante.
La década de 1960 señaló el fin del período conocido como “el milagro mexicano”, una época donde se vivió un crecimiento económico estable, donde la deuda externa fue baja y hubo buenas relaciones diplomáticas con otros países. A partir de este momento, y gracias a las problemáticas vividas por la sociedad en los años posteriores, la Iglesia pudo recuperar una porción de su credibilidad y se vio más envuelta en situaciones concernientes al Gobierno Federal, lo cual llegaría a deteriorar aún más la relación entre Iglesia y Estado. Tomemos, por ejemplo, el “Nuevo Mensaje del Episcopado sobre la Reforma Educativa” publicado en 1975 en respuesta a que en 1974 la Secretaría de Educación Pública aprobase la aparición en libros de texto de información relacionada con el socialismo, la orientación sexual, el marxismo y el evolucionismo, entre otros temas controversiales; criticando así la postura adoptada por el gobierno y haciendo un llamado a mantener el integrismo, es decir, la creencia en la intangibilidad de la doctrina tradicional. Queda demostrado con ésto que la Iglesia intenta persuadir al pueblo, a que se resista al cambio y permanezca con un punto de vista intolerante y exagerado.
En 1992 ocurren dos hechos de suma importancia para el estatuto de la Iglesia; la “Ley de Asociaciones religiosas y Culto Público” y el anuncio del establecimiento de relaciones diplomáticas con la Santa Sede. Esta reforma a la constitución y el hecho de entablar una “amistad” con el Vaticano se puede interpretar como una reconciliación histórica entre Iglesia y Estado.
Sin embargo no fue hasta que Vicente Fox llegó al poder que esta reconciliación se pudo dar por consumada. Fox expresó abiertamente sus sentimientos religiosos durante la campaña electoral y se mostró como un hombre de fe. Esto queda demostrado cuando visita la Basílica de Guadalupe el 12 de diciembre de 2000. Esto resultó en dos cosas; la iglesia pasó de ser una institución marginada en cuanto a asuntos gubernamentales a tener un auge en la vida política de México. Y la otra fue que, visto desde un punto de vista social, se manipula a un sector de la población con un bajo nivel de educación.
A lo largo de la historia mexicana, la Iglesia ha visto aumentar y disminuir su poder de acorde a las tendencias políticas del país, fluctuando al mismo tiempo su influencia sobre la sociedad. Creo que debemos reflexionar sobre qué tanto nos influencian las ideas que difunde la Iglesia como institución; no digo que esté mal lo que la Iglesia quiere transmitir, sino que hay que sentarnos a pensar sobre si lo que se nos dice es lo que en verdad queremos creer.
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