Y un
olor a cedro invadía la blancura del cuarto en donde Carol y Vianne yacían dormidas, inmóviles. Casi entre
el limbo y la Tierra, se apreciaban dos bultos con la silueta perfecta de
mujer. Siempre la misma historia del siglo XVIII, la misma represión, calma y
atrocidad. La sociedad en contra del salir del margen, viviendo dentro del
límite. Una vida tan borrosa, sin sentido, aburrida fría y nublada. La realidad
encontrada en un mundo paralelo entre la adversidad y el orgullo. Una visión
llena de prejuicios y de miedo, no deja libre la concentración humana.
La poca gracia se apoderaba
intensamente de las mujeres que allí yacían.; fulminaba
con miradas llenas de temor y deseo y terminaba con una gota de amor sobre los labios.
La inefable mujer, maquillada con
ese carmín sobre sus suaves y acolchonados labios, con ese delineador negro
sobre sus ojos pardos. Su lunar justo a un costado de su tierna boca. El
cabello blanco pegando en la nuca, garigoleado en un tono casi perfecto. Las
pestañas perfectamente maquiladas, largas como el tiempo de soledad humana y
densas, reposaban sobre sus párpados bajos. El peso de las memorias era la
temática de sus sueños tan alucinantes. Era gracias a los recuerdos que
efectivamente su vida giraba. La cabeza baja, la mente cerrada, el cuerpo
entallado, la cintura de 55 centímetros, la mujer tan delgada, tan
asombrosamente bella, tan frágil, tan tierna, la mujer era Carol.
En
medio del cuarto, apoderado aún de una blancura tan brillante, mostraba a las
dos mujeres sumergidas cada una en su mente. Desde que el corazón de Carol
palpitaba en el vientre de la madre de Vianne, existía una conexión irrefutable
entre las dos hermanas. Podría decirse que más que nada, inevitable. Un amor
natural como muestra de una fraternidad. Al ir creciendo, se va uno dando
cuenta de lo que le atrae. Puede atraer a una mujer un hombre con brazos
fornidos, con el abdomen bien marcado, una buena fragancia de perfume, ojos y
labios irresistibles. Cabe dentro de lo que se llama atracción sexual. O bien,
en otras mujeres lo atractivo es la actitud de ser cariñoso, alegre, respetuoso
e inteligente. Pues sí, es cierto que los hombres pueden tener estas cualidades,
pero también las mismas mujeres. ¿Y qué es lo que sucede? Simple. El amor entre
mujer y mujer es constante, es una forma diferente de ver la sexualidad. Nada
de qué preocuparse, simplemente una forma de felicidad diferente a la
establecida.
Pues
bien, el caso no era que se amaran dos mujeres, sino quién estas dos mujeres
eran: hermanas. Hermanas con un año de diferencia, hermanas conviviendo con
ellas mismas. Explorando ellas mismas sus emociones y transiciones..Hermanas
eran Carol y Vianne.
Recostada sobre su mano izquierda la
segunda mujer suspiraba con aires de deseo y temor. Su tersa piel; Con un color
durazno en sus mejillas. Las cejas perfectamente delineadas; el contorno
perfecto de una ceja femenina. Los labios invadidos por un color rojizo y café.
El cabello a un lado y a los hombros. Tan suave y perfectamente desaliñado. Los
ojos marcaban la presencia de un deseo profundo; sus ojos siempre tan
imponentes, dignos de una hermana mayor. Delgada, alta y torneada figura. Como
hecha a partir de la perfección femenina. Nada más hermoso que una mujer alta,
nada más perfecto que unas piernas torneadas, nada más impresionante que la
actitud de una mujer segura de sí misma. No había nada, absolutamente nada más
delicado que Vianne.
Las jóvenes Vianne y Carol
despertaron fulminantemente. Sin avisar, así de la nada. Sus miradas se tocaron
el alma, se pusieron coloradas. Carol y Vianne se abrazaron simultáneamente,
sonrieron y apagaron la sonrisa terminando poco a poco en caricias mutuas. En
los labios, en los hombros, en sus torneadas caderas y piernas, un amor
imposible. Pero… ¿qué hacían en ese cuarto blanco lleno de olor a cedro? Las
repisas estaban allí, caminaban un poco y se alargaba más y más el camino.
Ellas igualmente vestidas de blanco. Carol, con un vestido largo blanco,
detallando su silueta. Un corsé al pecho y un collar de perlas. Vianne con un vestido más corto, arriba de la
rodilla. Dejando al descubierto su bronceada espalda y torneadas piernas. Un
escote de orgullo en el vestido blanco que portaba. De pronto aparece lo que
parece ser un collar. Un collar que portaba su abuela y regalo a las niñas. Tan
delicado, cubierto de oro y con un dije colgando que decía Carpe Diem. Lágrimas brotaron de los ojos de Vianne y Carol. Se
abrazaron y pasó lo que tenía que haber pasado hace mucho. Los labios de Carol
terminaron de sonreír cuando, de pronto
unos labios ajenos a los de ella se acercaron. Unos labios bellamente
contorneados de un café rojizo, que sonreían tímidamente ante la despampanante
cara de Carol. Cerraron los ojos, abrieron la boca y el beso tan esperado y
guardado de tantos años por fin se cumplió.
Y entonces todo lo comprendieron. Hubo un shock.
¿Qué era aquello con tan hermoso
como para que estuvieran ahí? ¿Por qué vestirían así? Una revelación quizá… El
no haber hablado acerca de la atracción sexual que cada una de las hermanas
sentía hacia la otra, pudo haber causado confusión entre ambas. Un internado
para señoritas de por medio las separó en su niñez. No era del todo un lugar
tenebroso y malvado. Pues el mismo amor que brotaba entre Vianne y Carol,
brotaba en muchas más de las niñas del internado. Se veían a escondidas, detrás
de un árbol en medio del bosque y a media noche. Nadie nunca se enteró de estas
reuniones secretas. Nadie excepto el cuidador del bosque. No estaba interesado
en las historias que tenían que contarse de hermana a hermana. Su primordial
interés era gozar de aquellas dos niñas frágiles e inocentes, a cambio de no
decir nada acerca de sus reuniones.
No mucho
recuerdan las jóvenes mujeres de ese suceso traumático, pero sí empezaron a
sentir repugnancia por los hombres. Por la forma de hablar y escupir, la forma
de caminar y sentir…por el simple hecho de ser hombres.
El collar mantenía aún en shock a
las jóvenes hermanas Carol y Vianne. Las emociones fulminaban efusivamente y
los recuerdos las aplastaban. Uno por uno… la partida de su padre. El adiós de
su padre en medio de la lluvia de
Septiembre, el llanto de su madre, la guerra que necesitaba a hombres como si
fueran juguetes, día a día más y más. Entonces supieron que debían ser fuertes
y no dejarse vencer por las atrocidades que el mundo ofrece. No es estar loco,
sino que la realidad de cada uno es diferente. No se pueden exigir las mismas
emociones de un hombre que de una mujer.
Las expectativas son mayores en las mujeres. Se espera que se rompan en mil
pedazos. Que lloren la partida de su marido a la guerra. Que se aburran de su
vida. Que mueran de dolor, de amor, de decepción. Que se suiciden en el árbol
que se encuentra enfrente de su casa, y que sus hijas de 10 y 11 años la
encuentren muerta colgando de la rama del árbol de manzanas favorito de ambas.
Así fue la muerte de la madre de las jóvenes Carol y Vianne. El sufrimiento
culminó cuando ambas recibieron la carta del ejército informando que su padre
estaba perdido en batalla. Nunca apareció. Probablemente una granada había
explotado y su padre se encontraba
regado por ahí…lo que más dolía era el no poder si quiera ver su cuerpo y darle
un beso a ese padre tan cariñoso, tan amable, sensato y sencillo que Vianne y
Carol poseían.
El
collar recordaba que sólo se tenían la una. Su desgracia era el amor imposible
que las rodeaba. ¿Imposible? ¿Por qué debía ser imposible si era un amor más
real que el de muchos otros jóvenes con el matrimonio arreglado? Las desgracias
que habían acompañado a ellas dos en toda su vida habían quedado atrás. No más
de qué preocuparse, no más de nada. Nada más que ellas dos ahí en el cuarto
blanco con olor a cedro y el collar de Carpe
Diem. No más que eso. ¿Qué más podría pasar que morir?
En el mismo sueño fulminando
efusivamente, el mismo cuarto invadido de blancura y olor a cedro, las mimas
jóvenes veinteañeras, las mismas historias de la infancia, la misma historia de
amor imposible, la misma época…
-Creí
haber mirado a través de la mirada de Vianne una sombra de ternura. Implorando
mí ayuda. Su suave piel, su hermoso cabello en el que me acurrucaba todas las
noches. Sus dulces brazo y acogedores a
mi ser. Su voz tan dulce, suave, invitándome a sentir nuevas emociones – Se
repetía una y otra vez Carol.
-La
fuerza mayor a nosotras está invadiendo el cuarto. El camino forjado en la vida
no vale nada después de morir. Morir abrazada de tu amor, sintiendo su calor,
su vibrar, su respiración… sentir sus emociones. Después de morir lo único que
pides es ser feliz. – Se repetía por la eternidad Vianne.
Escrito por: Carla Crisitna Pérez Timal